La Ironía del Calvario
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La Ironía del Calvario
Se ha escrito más acerca de la vida de Jesús que de ningún otro hombre. Se ha escrito más acerca de Su muerte que de Su vida, pero el material no se ha agotado. Los escritores no pueden encontrar una historia más atractiva, y los lectores nunca se cansan del tema.
Un aspecto fascinante que se puede explorar al considerar y contrastar la fortaleza moral de Jesús y Su carácter perfecto con las personas y los eventos que enfrentó en el día de Su muerte es la ironía de esos eventos.
Cristo, el Juez de todos los hombres, Se presentó ante Pilato, un juez.
Él que juzgará al mundo (Romanos 14:10; 2 Corintios 5:10), sabe lo que se siente ser juzgado. El Fiscal sabe cómo se siente ser el acusado. Pilato ejecutó a la justicia antes de crucificar a Jesús. Jesús tenía autoridad inherente, pero Pilato tenía solamente autoridad delegada (Juan 19:11; Romanos 13:1-6). Por ende, Jesús dio a Pilato esa autoridad y luego Se sujetó a ella. Además, Se sometió a una autoridad abusiva. El que merecía justicia ni siquiera rogó misericordia.
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Jesús, el Juez, prometió ser justo y misericordioso con Sus seguidores (2 Timoteo 4:8; Hebreos 2:17)—algo que fue ajeno en Su proceso. Incluso en la tierra, Jesús mostró misericordia a la gente que no la merecía (cf. Juan 8:1-11). Él dirá, “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21), a muchos acusados imperfectos y no dignos.
Aunque fue perfecto y digno, Jesús no escuchó tales palabras. Probablemente escuchó: Illum duci ad crucem placet. Aprendemos esto de William Barclay, quien comenta: “El ritual romano de condenación y la rutina de crucifixión estaban fijadas. No cambiaron. El juez dijo: Illum duci ad crucem placet—‘La sentencia es que este hombre sea llevado a la cruz’. Luego se dirigió al guardia y dijo: I, miles, expedi crucem—‘Ve, soldado, y prepara la cruz’”.
Jesús sabe cómo se siente ser condenado. Él vio a Pilato cuando sentenció, y oyó la condena. Él entenderá el latido de nuestros corazones y el sudor de nuestras manos. Él quiere suprimir el estrés del juicio al prepararnos para el proceso. De hecho, ruega que los pecadores se arrepientan y Le acepten como su Abogado antes que Le tengan como su Juez (cf. 1 Juan 2:1). Cuán interesante será ver cuando Pilato se presente ante Jesús en el juicio que realmente importa.
Cristo, el Amigo de publicanos y pecadores, caminó sin amigos por la ruta al Calvario.
Jesús fue acusado, condenado, azotado, burlado y rechazado—¡todo esto antes del desayuno! Para las 9 a.m., los soldados romanos Le devolvieron Sus ropas y Le llevaron fuera de la ciudad al “Lugar de la Calavera”.
En este desfile se ponía en medio de los soldados al prisionero, a quien usualmente se le quitaba sus ropas exteriores (según Barclay). Se colocaba la cruz sobre sus hombros y luego se le empujaba por el camino mientras que él se tambaleaba hasta llegar al lugar de la crucifixión. La gente se reunía en las calles y hacía burla de la víctima.
Jesús—debilitado por la pérdida de sangre, la falta de alimento, la deshidratación y la presión emocional—cayó bajo la pesada carga, y se mandó que un hombre llamado Simón cargara la cruz tras Él (Juan 19:17; Lucas 23:26).
En este punto de la historia, pudiéramos esperar que cientos de voluntarios entre aquellos a quienes Él había ayudado durante Su ministerio se apresuraran a ayudarle, tal vez peleando por el privilegio de ayudar a su Maestro. Pero nadie se presentó. Simón de Cirene, evidentemente un extraño, fue forzado a llevar la cruz de Cristo. Jesús, Quien siempre había sido amigable con los que necesitaban un amigo (Lucas 7:34), caminó solo hasta el Gólgota. Sus discípulos Le abandonaron y huyeron en la noche (Mateo 26:56), y ahora Sus amistades miraban de lejos en la mañana.
Cristo, Cuya carga es ligera, Se esforzó en llevar una cruz pesada.
La cruz romana pesaba algo de 300 libras, así que se hacía que los condenados solamente cargaran el poste horizontal (patibulum). (Se guardaba los postes verticales en el Gólgota).
En Su condición débil, incluso este peso de algo de 100 libras fue demasiado para Jesús. Es interesante que Él Se esforzara en levantar esa carga. El que hizo el mundo (Juan 1:10) y lo sostiene con “la palabra de su poder” (Hebreos 1:3), Se esforzó por llevar una pequeña parte de este. Aquel cuya maldición podía secar una higuera (Mateo 21:19), Se secaba debajo del madero muerto del Calvario. Esto simplemente enfatiza Su humanidad; Él renunció a Su fortaleza divina para poder morir como un hombre.
Considere esta lucha debajo de este peso a la luz de Su conocida invitación para los pecadores: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros,…y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).
Cuando Jesús nos vio esforzarnos bajo el “patibulum” del pecado, ofreció llevar esa carga en Sus hombros. De hecho, hizo exactamente eso cuando realizó Su desfile vergonzoso hacia el camino a la muerte. Cargó Su cruz para que nosotros fuéramos liberados de nuestra carga. Se “hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). El que levantaba la carga llegó a ser el que llevaba la carga (1 Corintos 5:7).
Cristo, Quien trajo gozo al mundo, fue seguido por una banda de mujeres que lloraban.
Se describe a Jesús como una persona feliz que “se regocijaba en el espíritu” (Lucas 10:21). Recibía a los niños en Sus brazos (Marcos 9:36), y celebrara con los pobres y ricos (Marcos 2:16; Lucas 7:36-50).
Él alumbraba cualquier rincón que visitaba en Palestina. Los padres se alegraban cuando Él cargaba a sus bebés (Mateo 19:13). Los pecadores sin esperanza regresaban a casa pensando que mañana sería un nuevo día (Lucas 7:48). El cojo se alejaba de Su presencia caminando (Mateo 11:5), el sordo oía Sus sermones (Marcos 7:31-37), el ciego veía Su rostro (Marcos 10:47-52), el enfermo se levantaba de la cama para esperarle (Mateo 8:14-15), y a los padres y madres afligidos les restituía sus hijos (Marcos 5:41; Lucas 7:22).
Él restauró la dignidad a una mujer humillada (Juan 8); el Rey visitó la casa de un pequeño recolector de impuestos que era odiado (Lucas 19); y los leprosos aislados no necesitaban mantener la distancia después que les tocaba con Sus manos (Mateo 8:3). ¡Piense en toda la felicidad que Jesús trajo!
Ahora contraste esas escenas con la de la Vía Dolorosa, la primera y peor del “camino de lágrimas”. Las mujeres con corazones compasivos lloraban en el sendero de la cruz (Lucas 23:26-31). Ellas estaban desconcertadas, angustiadas y empapadas de dolor. Amaban tanto a Jesús que no podían dejarle, incluso cuando cada mirada a Su cuerpo mutilado consternaba hasta lo profundo de sus corazones.
Jesús no les dijo que “dejaran de llorar” (como muchos hombres lo harían), sino, de manera interesante, les dijo que lloraran—pero no por Él, sino por ellas. ¿Por qué? Porque en 70 d.C., Roma aterraría su nación. Sus pensamientos estaban enfocados en el dolor que vendría dentro de 40 años más que en Su propio dolor presente. No pase por alto la ironía en el hecho que el que vino al planeta Tierra para traer gozo lo dejó como un “experimentado en quebranto” (Isaías 53:3).
Cristo, las Buenas Nuevas de Gran Gozo, Se arrastraba detrás de una pancarta acusadora.
Un saludo favorito de Jesús fue: “Ten ánimo” (Mateo 9:2; 14:27; Marcos 6:50; Juan 16:33). Dondequiera que iba, se esparcía el Evangelio (las Buenas Nuevas). Él pronunció más palabras de ánimo, con resultados más positivos, que cualquier otra persona antes de Él o después de Él.
Por tanto, es interesante notar lo que no se dijo el día de Su muerte. De todas las palabras que se pudieron decir en cuanto al Verbo (Juan 1:14), no hubo ningún discurso funerario formal o florido; no se planeó cuidadosamente un obituario; no se publicó ni circuló una reseña prolongada; y no se colocó ningún pensamiento de meditación en Su sepulcro.
Las únicas palabras que se usaron—“El Rey de los Judíos” (Marcos 15:26)—fueron las que algún soldado talló en una tablilla dura y clavó sobre Su cabeza.
Cristo, el Hijo santo de Dios, Se codeó con dos ladrones.
Crucificar a Jesús en medio de dos criminales tenía la intención deliberada de humillarle. Aquel que era más puro que los ángeles (Hebreos 1:4) y tan santo como Dios (Juan 10:30; Marcos 1:24; Hechos 2:27) fue puesto entre dos condenados que no pertenecían a la vida humana decente. Aquel que nunca pecó (Hebreos 4:15) fue unido a hombres que pecaron frecuentemente, y a tal punto que sus prójimos pecadores les ejecutaron.
Aquel que nunca injurió o pronunció una palabra mala murió escuchando la blasfemia de un ladrón que usó su lengua dada por Dios para hacer tal cosa (Lucas 23:39). Aquel cuya saliva usó para sanar (Marcos 7:33; 8:23) murió con el rostro manchado de los esputos secos de Sus enemigos (Mateo 26:67; 27:30). Aquel que dio todo lo que tenía murió entre hombres que tomaron lo que no les pertenecía (Marcos 15:27).
Aquel que fue “santo, inofensivo y sin mancha” tuvo como compañeros a hombres corruptos, peligrosos e indignos en Sus momentos más dolorosos. Aquel que estuvo “apartado de los pecadores” y que fue “más sublime que los cielos” murió con los que fueron la escoria de la Tierra (frases tomadas de Hebreos 7:26). Qué contradicción que el santo Hijo de Dios muriera con los hijos corruptos de los hombres.
¡Qué viaje interesante fue el de Jesús desde la corte de Pilato al trono de Dios a través de un camino marcado con la muerte!
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